viernes, 23 de julio de 2010

Adiós princesa.

Ella era mi princesa, siempre lo fue. Sé que las princesas de los cuentos no fuman porros, ni se drogan ni conducen sin carnet, pero ella no era una princesa de cuento, era real, o así lo creía yo mientras escuchaba a Sir Sabina. Nunca me importó lo que hiciese, hasta hoy jamás la juzgué. Y no es que entendiese que convirtiese en caballeros a todos los ogros del reino, ni que cuando estos se giraran se metiese en las letrinas a follar con el bufón. Nunca comprendí que la cenicienta volviese a casa de madrugada con el vestido hecho jirones y un tremendo colocón y aunque me preocupaban esos cambios en el cuento al verla sana y salva durmiendo su vida como cualquier bella durmiente yo respiraba aliviada y miraba en otra dirección, pese a todo nunca dudé de su papel e intenté ser para ella un hada buena ,aunque sin poderes, una hermanastra mayor que no esperaba de ella más que verla feliz, una amiga en todo momento en quien descargar su frustración cuando algún principito se pasaba de la raya.
Yo ya sabía que era caprichosa y alocada, siempre velé por ella, si bien es cierto que muchas veces en la distancia, pero jamás pensé que al crecer se convertiría en una reina tirana,en un ser ingrato y desarraigado. Sé que de no haberla querido tanto mi dolor ahora no sería tan hondo, ¡pero cuanto la quería!.Tanto, tanto que su traición ha destrozado mi reino ¿cómo podré jamás volver a confiar en cualquier criatura? ¿con quien cantaré a pleno pulmón enfrente de un espejo?.
A partir de ahora no quiero que nadie en mi reino sepa que tengo corazón.

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