sábado, 5 de junio de 2010

Maderalandia

Han pasado tantos años que me he convertido en una antigüedad, pero todo tiene sus ventajas y por ello, ahora vivo en una exposición donde las personas y sobre todo niños, se paran delante de mí y me echan piropos.

Soy especial porque desde hace tiempo soy una de las pocas camas construidas en madera. He conseguido llegar, y perfectamente barnizada, hasta la que llaman ahora, la era del plástico, y claro, las que aún quedamos, somos piezas de museo, pero no siempre ha sido así y hubo una época en que el planeta estaba lleno de árboles. Los muebles se construían de madera y fui protagonista de una aventura que creo acabó mal, pero que si no hubiera sido así, todo sería en estos momentos, diferente.

Me construyeron en Barcelona, en el año 2002, y me colocaron en una tienda de muebles, donde esperé ansiosa a que una familia me comprara, y así, conseguir el deseo de todas las camas: que algún humano, con suerte un niño, descansara encima del colchón que siempre me acompaña, leyera un ratito por las noches, saltara sobre mí, y con sus sueños me llevara al país de sus fantasías, pero la realidad fue muy distinta.

Una familia me compró y, yo contenta, pensé que mis deseos se habían hecho realidad, pero eran unos farsantes, seres del planeta vecino, los temidos canibamuebles que, disfrazados de humanos corrientes, sólo querían acabar conmigo y convertirme en astillas. Cada vez eran más aquellos seres infernales que destrozaban muebles y quemaban los bosques para conseguir su objetivo: convertir la tierra en un planeta similar al de ellos: un lugar donde reinaba el plástico.

Me instalaron en un lugar siniestro, lleno de astillas, serrín, sierras eléctricas, martillos. Era, como luego me enteré, una carpintería clandestina, que se dedicaba a destruir a mis semejantes. De vez en cuando, llenaban sacos con las maderas rotas y las quemaban, utilizando a mis amigos para calentar la casa, en lugar de usar la energía solar que no hacia daño a nada ni a nadie.

Para mayor desgracia, acudieron las termitas a darse un festín a mi costa y fue cuando no pude más y lloré. Lo hice tan intensamente que, las que habían sido mis enemigas, dejaron de mordisquear y me preguntaron el motivo de aquellos llantos.

Les conté la historia de mi vida, y todo lo que había averiguado escuchando a los canibamuebles que me habían comprado. Cuando acabaran con la madera del planeta, ellos dominarían la tierra. El plástico sería el rey y, por supuesto, ellas también serían afectadas, porque no tendrían que comer.

Se les fue la gana de repente. Dejaron de mosdisquear mis patas y, después de discutir mucho entre ellas, salieron en fila hacía el jardín y pusieron en marcha un plan.

Por lo que luego me enteré, ya que pasó a la historia como una batalla ganada, las termitas explicaron la historia a los insectos que vivían en el exterior. Se lo contaron después a los árboles del bosque y aunque eran enemigos de los muebles de madera y de los insectos, decidieron hacer una alianza y luchar contra los canibamuebles. Era mejor convertirse en cama o librería que desaparecer del planeta.
Los árboles estiraron sus raíces, hicieron tambalear la casa donde me tenían secuestrada y así consiguieron que los alienígenas salieran despavoridos y marcharan a su planeta.

Me quedé muchos años sola en el taller. El polvo y las telarañas se adueñaron de mi cuerpo y algún que otro agujero me salió en las patas y el cabezal, pero no me pude enfadar por servir de merienda a unas termitas que a fin de cuentas me habían salvado la vida y también la del planeta.

Mi situación, un día cambió. Una familia de verdad compró la casita del bosque donde llevaba años perdida y todo volvió a ser distinto.

Carmen, la hija mayor de la familia, entró en la carpintería y se me quedó mirando.
—Papá, papá, aquí hay una camita de madera –-gritó como si hubiera descubierto un gran tesoro.
El padre empezó a dar vueltas alrededor mío, pensando, mientras me miraba con los ojos entreabiertos.
—Le daré a esta cama un tratamiento antitermitas, una buena capa de barniz y te quedará muy bonita —dijo a su hija.

Y como una cama feliz viví durante tantos años, que serví de descanso a los hijos de Carmen y a los hijos de los hijos de Carmen.
Mientras yo estaba satisfecha y los humanos seguían creciendo, los árboles continuaron convirtiéndose en muebles y las termitas siguieron merendando a costa nuestra, y a todos nos parecía bien, pero las cosas con el tiempo, volvieron a cambiar.

Los canibamuebles no tienen descanso y como su planeta se les quedaba pequeño, volvieron a venir a Maderalandia, a mi mundo, o así es como lo llamo… Vinieron tantos que ni los insectos ni los árboles pudieron asustarlos. Se fueron adueñando de nuestras costumbres y acabaron con todos los árboles y, como es normal, se dejaron de construir muebles de madera.

Soy una de las pocas camitas de roble que aún existen y por ello, vivo encima de un expositor. Me alumbran unos focos de luz potente y los niños vienen con el colegio a verme. En los libros de sociales, estudian sobre una época pasada en que los humanos respiraban oxígeno, existían árboles y los muebles eran de madera y por ello, como decía al principio, me he convertido en un ser especial.

Maderalandia ahora se llama Plastilandia, pero como todo cambia sin parar, ¿quien sabe el final de la historia?

Yo no lo sé, pero mientras tanto, disfrutaré con mi nueva situación.

DEDICADO A CARMEN, HABITANTE ILUSTRE DE MADERALANDIA.


Carles Calvís Martín
Griselda Martín Carpena

Abril del 2010

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