sábado, 5 de junio de 2010

Reino de cenizas.

… entonces Tirano saboreó plácido el trozo de carne que segundos antes arrancó al estomago de Fénix. Éste contemplaba enternecido la barbarie con que su agresor le devoraba. Un día sin explicación alguna las dos criaturas se encontraron en la misma dimensión y ante la imposibilidad de regresar a sus respectivos mundos, tuvieron que aprender a convivir y tolerarse uno al otro. Comprendiendo esta tolerancia como que Tirano moriría empeñado en atrapar al ave para desgarrarla con sus afilados dientes y comerla sin piedad. Y el mitológico pájaro aprendiendo que siempre a volar alto y a mayor velocidad, en busca de salvaguardar cada una de sus plumas.
Cuando Fénix decidió bajar a un riachuelo a beber un poco de agua, cometió por primera y última vez el error de pensar que Tirano en ese instante no anhelaba devorarlo, o que se encontraba gozando de una siesta; por desgracia el ave no entendió que en su perseguidor no existía un simple conflicto personal, sino una patológica conducta asesina consecuencia de su idiosincrasia.
Los dientes de Tirano rasgaron lentamente el cuerpo vigoroso de Fénix, y a la mítica criatura se le escapó la vida por los aires. Dejó de sentir aquel dolor que le provocaba el sicario de las grotescas y mortales garras. Entrada la noche y después de consumir hasta la última pluma de la ave, Tirano reposaba bajo el frío sereno provocado por el frondoso bosque. Soñaba que era el rey y tal vez lo era, y que mataba a todas las criaturas de ese planeta, y no erraba, había matado a todo el que se cruzaba en su camino. En eso colapsó un meteoro inmenso en las cercanías del imperio de aquel orgulloso animal e irremediablemente la muerte asistió al entorno, incluyendo a Tirano. Su piel ardió con furia y sus gritos no se quedaron atrás hasta que la vida, su vida, se extinguió con el fuego.
Cierta tarde calurosa tiempo después de aquel colapso meteórico, del montón de cenizas sobrevivientes de aquella bestia criminal, se desató una chispa, la cual fue incrementándose paulatinamente hasta formar un pequeño remolino; éste aceleró su velocidad para crecer un par de metros a lo alto y ancharse otro tanto. Una forma diminuta de pronto saltó de entre de ese barullo. Fénix resurgía de las cenizas del ser que anteriormente lo había devorado; de nada sirvió al depredador saciar su apetito voraz. Enfundado en sus rojizas plumas y a graznido abierto, Fénix nuevamente emprendió el vuelo sin destino claro en busca de mejores tiempos. Su persistencia ante las complicaciones de toda índole era inmortal, mientras que su agresor estaba muerto con todo y su reinado.


Rogelio Carrillo Duarte

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